Intentamos dibujar este blog con pensamientos, vivencias, deseos, sentimientos, alegrías, y otras ocurrencias que surgen de nuestra imaginación como mariposas blancas, que luego se elevan dispersas y se van, pero volviendo siempre a destino, siempre al mismo lugar... un día cualquiera Verde y Violeta nos encontramos inventando un itinerario de viaje que queremos emprender y aprender, con sus idas y vueltas como todo viaje. Hubo que preparar un equipaje liviano, sin complejos pesados, sin mandamientos emitidos por tv que nos indiquen cuan perfectos debemos ser. Aunque el camino de la vía está lleno de piedras, Verde supo apartarlas (pateándolas) para q la silla de ruedas pudiera pasar igual, como dejando atrás los prejuicios con respecto a la discapacidad, la diversidad (en todo sus sentidos), la sexualidad, y el pelo de colores… Cada vida es un universo de posibilidades infinito, ese es nuestro mensaje.

sábado, 26 de marzo de 2016

Hoy ya no nos mandan a quemar los Tribunales de la Inquisición…


Ha existido en el acontecer histórico, desde tiempos inmemoriales, una relación constante entre discapacidad y marginalidad. Si bien, esa relación se ha transformado en el tiempo, ya que hoy en día un sector del colectivo de las personas con discapacidad tenemos un cúmulo de posibilidades reales para llevar una vida independiente, estudiando, trabajando, y constituyendo una vida familiar plena, también es cierto que aún queda mucho por hacer en lo referente a empoderarnos como grupo social sujeto de derechos.
Todavía permanecemos, en la periferia del “progreso”, dependiendo nuestras oportunidades de desarrollo de la condición de clase a la que estamos sujetos. Hoy, ya no nos mandan a quemar los Tribunales de la Inquisición, pero continuamos atados a un estigma revalidado por los medios masivos de comunicación que afecta nuestras vidas dejándonos nuevamente al margen de lo considerado como “exitoso” en nuestra sociedad. Digamos, que en términos relativos, la situación social de Nosotrxs, las personas con discapacidad, ha mejorado, sin embargo, los resabios de la situación de partida han permanecido intactos llegando hasta nuestros días, y siendo potenciados por un capitalismo salvaje que determina, de acuerdo al poder adquisitivo, nuestra calidad de vida.
La construcción del paraíso del capitalismo hegemónico hecha sus simientes en el deseo, como motor, que se expresa y satisface consumiendo; poniendo en acción emociones y pasiones muy particulares, como la atracción por el lujo, por el exceso y la seducción. Ninguno de los dos conoce el reposo, avanzan según un movimiento cíclico no-racional, que no supone un progreso real y equitativo. La voluntad se ejerce –está casi obligada a ejercerse– solamente en forma de deseo, clausurando otras dimensiones que abocan a la creación, la aceptación y la contemplación. El espíritu que realmente funciona es el de la fragilidad de lo efímero, una compulsión que se debate de forma recurrente entre la satisfacción y la decepción, y que permite ocultar los verdaderos conflictos que afectan a la sociedad y al individuo.
Ver y ser vistos, esa parece ser la consigna en el juego translúcido de la frivolidad. El así llamado momento del espejo, precisamente, es el resultado del desdoblamiento de la mirada, y de la simultánea conciencia de ver y ser visto, ser sujeto de la mirada de otro (Baudrillard, Jean, 1994), y tratar de anticipar la mirada ajena en el espejo, ajustarse para el encuentro. La mirada, la sensibilidad visual dirigida, se construye desde esta autoconciencia corpórea que nos imprime el reconocimiento de nuestra “inferioridad de condiciones”. Esa es la manera en que las personas con discapacidad somos reconocidas y definidas colectivamente, asumimos esa etiqueta de disminución, y configuramos nuestra identidad, si es que hay espacio para esa posibilidad.
La problemática de la discapacidad nos obliga a preguntarnos: ¿Somos los humanos algo más que nuestras circunstancias? ¿Podemos levantarnos de los cabellos para salir de las aguas con caballo y todo como el Barón Munchaussen? Según Sartré, lo propio del hombre es su existencia. Y es compleja esta definición sartreana, plasmada en la traducción de una de sus famosas sentencias “el hombre es lo que no es y no es lo que es”. Gutiérrez Sáenz lo aclara señalando que el hombre no se define por sus características aparentes, por lo determinado, sino por su potencialidad, por su libertad de desarrollo, es decir, el “hombre es lo que no está determinado y no es lo que es determinado” (Gutiérrez Sáenz 2001).
Así, inferimos que la actitud debe consistir en la búsqueda constante por superar toda determinación social que nos viene impuesta desde fuera, y que proyecta un estereotipo globalizador, y generalmente falso, de las personas que tenemos una discapacidad. El cuerpo como ser para sí es la condición necesaria de la facticidad de la existencia humana, sensación, acción. De hecho, la acción de levantarnos de nuestros propios cabellos, y trascender nuestras circunstancias, inmiscuyéndonos en un mundo cuyas premisas básicas son la superficialidad indiferente, refleja una intención casi perfecta y logra generar visibilidad donde antes no la había, no obstante, el logro se vuelve absolutamente individual y biográfico si no pretende hacerse de un mensaje más profundamente significativo y reivindicativo de nuestro colectivo grupal. La intención puede resultar en una mera exhibición efímera, que se pierde en la dinámica de un sistema que desiguala.
Afortunada y necesariamente las historias pueden u deben transformarse. Para ello es imprescindible no sólo aprender una nueva e igualitaria “imagen” de Nosotrxs, sino que fundamentalmente hay que desaprender aquella imagen originaria que siempre nos obvió para su propia construcción. Por tanto, es imprescindible asumir nuestra conciencia auténtica y profunda como grupo social que ha sido excluido desde tiempos remotos, con el objetivo de lograr un empoderamiento real que supere y revierta las circunstancias desiguales de partida, enriqueciendo nuestra autopercepción, y la percepción de todos y todas, con conceptos como “orgullo”, “identidad” y “dignidad”, aunque siempre sin dejar de mirar a quiénes también han sufrido, y sufren, la injusticia de la desigualdad. Butler habla de esto: lo abyecto que se reapropia y se devuelve en forma de lucha y proclama.
Recién ahora, nuestro colectivo de discapacidad/diversidad funcional está comenzando a tomar visibilidad política, y a sentir el orgullo de pertenecer a una identidad con sus diferencias. Al haber encerrado en una misma denominación a un colectivo tan heterogéneo, al habernos individualizado tanto, invisibilizado tanto, y marginado tanto, es realmente difícil hablar por todos, y para todos. Pero a pesar de eso, es necesario decir que la discapacidad es un rasgo identitario propio, y para asumirlo comencemos irradiando “otra imagen” de la discapacidad que impregne la imaginación colectiva con un mensaje auténtico y profundo de reivindicación social.

“Lo real se puede construir desde lo imaginario. Sólo desde la utopía,
sueños de carne, ética ideológica, se puede mover la realidad, sueño de
hierro, ética de la responsabilidad... Vale más un pájaro soñando que
ciento durmiendo.”
(Ibáñez, 1994: 292)


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